miércoles, 22 de abril de 2009

EL PUBLIRREPORTAJE

Hoy he comido en un restaurante de comida casera en el Barrio de Salamanca de Madrid. Era la primera vez que iba a este restaurante. El menú del día, a elegir: entre cuatro primeros, cuatro segundos y cuatro o cinco postres era muy, pero que muy recomendable. El precio 9 euros. El camarero amabilísimo. Todo muy bien. Con la excepción del publirreportaje que me he tragado.

Como es normal en numerosos restaurantes de este estilo, tenían conectada la televisión: estaba sintonizado el canal de Telemadrid. He de reconocer que no soy televidente, pero, de uvas a brevas, veo algún informativo. Aunque Telemadrid es una cadena que no veo nunca. Pues hoy sí. Ha coincidido mi comida con el telediario de esta cadena. Bueno, para ser veraces, con un publirreportaje sobre el PP., que es el partido dominante en esta Comunidad.

Mi mujer y yo estábamos ajenos a la tele hablando de nuestras cosas. Pero el publirreportaje era tan evidente, que hasta nosotros, espectadores forzosos e indiferentes, escuchábamos como ruido de fondo, las maravillas del Sr. Aznar y su primer Gobierno, ensalzadas por Dª Espe, y coreadas por todo el elenco de capitostes del PP. A la vez, claro está, ponían a parir al PSOE. Todo muy normal.

Pero ¡qué coño muy normal!. Telemadrid la financiamos todos los residentes en esta Comunidad, tengamos las ideas políticas que tengamos. Pero todos los que allí decían algo eran, bien del partido dominante, o bien periodistas que parecían pertenecer a la Oficina de Prensa del PP. Lo que digo desde el principio: un publireportaje pagado con el dinero (sin color político) de los contribuyentes madrileños. Me han jodido la comida. Eran atragantantes de puro empalago.

Lo peor de todo, es que estoy seguro de que, si en vez de estar en Madrid, hubiera estado en Barcelona, Valencia, Sevilla, Donostia o Monforte de Lemos (por poner solo unos ejemplos), y hubiera comido viendo el informativo de cada una de las TV. públicas de esas Autonomías, me habría tragado el correspondiente publirreportaje, que pagan con sus impuestos, los ciudadanos de aquellos lares.

Si a nuestros políticos autonómicos se les privara de “sus” TV. y del control de las Cajas de Ahorros, se quedaban en pelota picada. Sus ya dudosas cualidades de servicio público, iban a quedar en la mas vergonzosa de las evidencias.

Voy a dejarlo ya. Parece que además de hacerme efecto el publirreportaje, quizás el vino del menú fuera un poco peleón y me haya sentado mal.

lunes, 6 de abril de 2009

UN REGISTRO JUDICIAL

Eran aproximadamente las 19,45 cuando suena mi móvil. Mi hermana, que en ese momento está en Barcelona, me pide que copie un número de teléfono y un nombre. A continuación me dice que se trata de un teléfono de la Policía Judicial Grupo 1, que previamente le han llamado a ella, que les llame y que pregunte por el agente que me ha indicado, porque tienen que ir a casa de nuestros padres a efectuar un registro por orden de un juez.

Mi padre acaba de cumplir 90 años y, aunque está relativamente bien para su edad, la edad le comienza a pesar. Mi madre tiene 87 años y un Alzheimer en proceso medio, que requiere cuidados constantes de una persona. Mis padres viven en un chalet de dos plantas excesivamente grande para ellos, pero del que no han querido irse. En casa de mis padres trabajan dos señoras que les atienden y a su vez residen allí, cada una en su habitación.

Me pongo en contacto con el policía que me había indicado mi hermana para que me explique el motivo de ese registro. Me cuenta que una de las dos empleadas de mis padres (que ese día libraba) está detenida en los Juzgados de Pl. de Castilla de Madrid y que el juez encargado del caso ha ordenado un registro en la habitación que ocupa esta señora y que necesita nuestra autorización para entrar en el domicilio de mis padres y efectuarlo. Me quedo de una pieza y, cuando consigo reaccionar, acuerdo con el policía que hacia las 20,30 estaré en la puerta del domicilio de mis padres y le ruego, por favor, que no llamen, para cumplir con su cometido, hasta que yo no llegue. El policía accede amablemente.

Mientras mi mujer y yo nos desplazamos hacia la casa, íbamos haciendo todo tipo de conjeturas al respecto y no encontrábamos explicación alguna a la aventura en la que nos habían embarcado. La empleada detenida, contratada hacia cuatro meses, aunque extranjera, tenía toda su documentación de residencia y laboral en regla, lo cual nos producía más inquietud, porque entonces el motivo de su detención debería ser por algún delito diferente y, claro está, mas grave.

Llegamos puntuales a la cita con la policía. En la puerta del chalet, que se encuentra en una calle poco concurrida, nos encontramos con dos coches de policía, uno de ellos camuflado, con cuatro agentes, dos uniformados y dos con chalecos identificativos de “policía judicial”, con la empleada detenida y con el abogado de oficio que le habían asignado.

Me informan mas ampliamente de la cuestión y acordamos cómo actuar, de forma que mis padres no se aperciban del registro que va a efectuarse en una de las habitaciones de su domicilio. Examino la documentación relativa al registro e incluso consulto telefónicamente con otro hermano mío abogado, por si todo era correcto.

Hechas todas las comprobaciones propongo, de acuerdo con la policía, que voy a entrar yo solo para ver que hacen mis padres en ese momento y para apercibir a la otra señora de la situación. Mientras tanto, la policía y el resto esperaban en la rampa de acceso al garaje, ya en el interior del jardín de la casa, en riguroso silencio. En ese momento, la otra empleada estaba dando de cenar a mi madre y mi padre estaba en la misma estancia viendo la TV. Informo a la empleada, en un aparte y de forma telegráfica de lo que está pasando y le ruego que mantenga en esa habitación a mis padres con la puerta cerrada, de forma que no se aperciban de nada. La habitación que ocupaba la detenida está en el piso superior y es necesario subir la escalera interna de la casa.

De forma muy cuidadosa, sin hacer el mínimo ruido, y guiados por mí, llegamos a la habitación de la detenida, la policía cumple con su misión y hace el registro. En total permanecieron en la habitación de esta señora unos veinte minutos. Al igual que a la entrada, se procedió a la salida.

Anteriormente, los policías encargados del caso, habían accedido a rellenar todas las diligencias del registro en la calle. Y así se hizo, utilizando como “mesa” el capot de mi coche y a la luz de las farolas del alumbrado público. Finalizada su tarea, policías, detenida y abogado volvieron al Juzgado. Esa misma noche alrededor de las 22,30 regresaba a casa de mis padres esta empleada, que estaba en libertad con cargos por un delito de apropiación indebida, y después de recoger sus cosas, abandonaba, obviamente, su puesto de trabajo y residencia. Así conseguimos que mis padres no tuvieran ni idea de todo lo que había pasado en su casa, por culpa de una de sus empleadas. Para explicar su ausencia les contamos que le había surgido un grave problema en su país y tenía que viajar precipitadamente. De ahí la rapidez de su partida.

Nunca había vivido una experiencia como ésta. A mi juicio no era un registro judicial normal y corriente, pues había que implicar a los propietarios de la vivienda donde residía la detenida y no es plato del gusto para nadie, que venga la policía con una orden judicial a tu casa, para registrar la habitación de alguien que trabaja y pernocta en esa misma casa. Y en este caso, con la circunstancia desfavorable añadida de la edad y situación de los propietarios y empleadores de la interfecta. Pero todo este proceso pudo llevarse a cabo como se ha dicho, gracias al exquisito cuidado y a la comprensión de los agentes de policía judicial que efectuaron el registro. Y a mi me ha parecido necesario contarlo. Desde aquí mi felicitación y agradecimiento para estos agentes de policía judicial que, sin dejar de cumplir su misión, lo supieron hacer según aconsejaban las circunstancias, sin producir “daños colaterales”.