miércoles, 8 de febrero de 2012

LA REFORMA FINANCIERA II
















         Aquella mañana fui a mi banco; hacía meses que no tenía necesidad de acudir a mí sucursal; todas mis operaciones las hacía a través de Internet o de los cajeros automáticos. Pero ese día necesitaba hablar con el director de mí oficina, porque me vencía un depósito a plazo de un año, de los de toda la vida,  y quería conocer las condiciones de la posible renovación.

          Enseguida noté algo raro; se habían producido cambios y me sentía más cómodo. El empleado al que acudía para las cosas más sencillas, me trató con una deferencia inusual. Los carteles anunciadores de los productos financieros se entendían perfectamente; no tenían letra pequeña. No ofrecían regalos por traer un depósito, por trasladar un plan de pensiones o por contratar un seguro de vida. El director me explicó, sin rodeos y de forma meridianamente clara, el depósito a un año que yo buscaba. Me informó que el tipo de interés que me ofrecía era un poco más alto por ser cliente antiguo. También me dijo, que ya no pagaría comisión de mantenimiento por la cuenta en la que mensualmente me abonan los intereses de mi depósito. “El banco, me dijo, ha decidido cuidar a su clientela más fiel”.
         Me ví transportado a veinte o treinta años atrás, cuando, a pesar de disponer de menos capacidad de ahorro, mi banco me trataba como a un cliente importante. Esta agradable sensación que estaba sintiendo la achaqué a los efectos de la “reforma financiera” de la que tanto se estaba hablando en esos días. ¡Qué bien!, pensé; volvemos a la banca de siempre. A la de operaciones sencillas para economías sencillas. Y me sentí muy satisfecho con los artífices de esta reforma.
         En ese momento, ring, ring, ring,… … sonó insistente el despertador.
Después de ducharme,  afeitarme y tomar un ligero desayuno, acudí al banco para renovar mi depósito de ahorro vencido. Todavía un poco somnoliento, crucé la puerta del banco. No había nadie a esa primera hora. Ningún empleado me saludó. Me dirigí al despacho del director, con el que había concertado mi cita a las 9 de la mañana, pero en ese momento estaba ocupado en una acalorada conversación telefónica. Tomé asiento y esperé a que terminara.
         Los carteles anunciaban un “Depósito Milagro 2012”, a un tipo mínimo de interés del 5,5 %. El depósito era de 15.000 euros en adelante, por supuesto de dinero nuevo; mi depósito vencido era de 30.000 euros. Según el anuncio era un depósito muy interesante, ya que el 50 % del depósito se colocaba a un interés asegurado del 2 %; y con el 50 % restante, el banco lo invertía en unas opciones sobre una futura concesión administrativa, para la explotación de unos huertos solares en Camerún, que al parecer iban a ser la bomba: mejor que una mina de oro.
Como quiera que el director se demoraba, me levanté y, calándome las gafas de cerca, pude leer malamente la letra pequeña de aquel cartel. Se explicaba (es un decir) que toda esa historia de las opciones y la concesión del Camerún, estaban a su vez condicionadas a que el At. de Madrid ganara la Liga (por eso se llamaría “depósito milagro”, pensé yo). También constaba en el anuncio la aprobación por parte del Bº de España.
         El director acabó la conversación telefónica y me recibió apresurado. Me contó que tenía mucho trabajo y que su director comercial ya le estaba pidiendo cuentas sobre cómo iba la campaña de colocación del “Depósito Milagro 2.012”. Le pregunté sobre ese depósito y me comentó que era lo mejor que podía hacer para renovar el que me acababa de vencer. Pero lo mío no es “dinero nuevo”, le dije. Eso se arregla fácilmente: Vd. transfiere el que le acaba de vencer, a esa cuenta que me dijo Vd. que tiene en otro banco; pasados dos o tres días, vuelve Vd. a transferir de nuevo el dinero a este banco y ya es “dinero nuevo”. Le dije que lo iba a pensar mejor y me fui, no sin antes escucharle que me advertía: “pero no lo piense mucho, que esto se acaba pronto”.
         Al volver a casa me dí cuenta de que eso de la “reforma financiera” que tan buena sensación me había dejado, era solo un bello sueño. Mi banco estaba igual que hace un año cuando abrí mi depósito a plazo. Los carteles tenían el mismo engañoso contenido, solo cambiaba el producto que anunciaban. El director, era el mismo tipo presionado y despreocupado por sus clientes: su única obsesión era ese bonus que conseguiría a base de colocar “Depósitos Milagro”, o cualquiera otra porquería que se le hubiera ocurrido a los ingenieros financieros de su banco.
¿Qué será eso de la reforma financiera de la que tanto hablan los políticos y la prensa?.