Una vez más estamos en precampaña
electoral. Los ciudadanos ya nos tomamos esta situación como una circunstancia habitual.
Nos pasa con tanta frecuencia que ya casi ni prestamos atención a los mensajes
electorales que nos envían los candidatos. Estamos hartos de tanta palabrería
inútil y engañosa.
Entre
los muchos tópicos que utilizan nuestros políticos, se encuentra el de “la
herencia”. Sean del partido que sean, cuando ganan unas elecciones que ha
perdido el otro, sale a la palestra “la herencia”. Y así, hasta que pierden y
vuelven a ganar los contrarios, que, a su vez, volverán a sacar “la herencia” a
la palestra.
Nosotros,
los ciudadanos que con nuestros votos elegimos a unos u otros, tenemos que
soportar permanentemente las maldades de
“la herencia” recibida. Y lo más triste: nosotros, sujetos activos del
resultado de la elección de turno, estamos sistemáticamente “desheredados”.
Somos los tontos útiles que, después de colaborar activamente con nuestro voto,
tenemos que soportar lo que venga y los discursos sobre lo heredado. Eso sí,
tomar medidas para mejorar la vida de los electores, es otra cuestión. Siempre
el antecesor será el culpable de todos los males de la ciudadanía.
Puede
que a alguien no le guste lo que estoy diciendo, pero desde hace mucho tiempo
yo lo veo así. Hasta ahora no he visto a ningún heredero político contento con
la “herencia” recibida. Y tampoco he visto a ninguno colaborar con el legatario
en mejorar esa herencia. Todo se resume en criticar la actuación del antecesor.
Eso sí, sin tener en cuenta los intereses de los ciudadanos. Lo que importa, y
mucho, son los intereses partidistas y de los grupos de presión (lobbys y demás
calaña) que van a sostener a los vencedores durante la legislatura a estrenar.
Los perdedores tampoco van a colaborar en mejorar “la herencia”; bastante
tendrán con defenderse de los ataques de los vencedores.
Un
amigo mío me dice de vez en cuando, que a ver si de una puñetera vez me doy cuenta
de que los políticos son diferentes del resto de ciudadanos. Nosotros, los del
montón, cuando heredamos algo, por poco que sea, nos ponemos tan contentos y en
seguida estamos pensando en cómo rentabilizar la herencia recibida y nos
acordamos muy positivamente del legatario. Y si la herencia recibida es de
dudoso beneficio para el heredero, la aceptamos “a beneficio de inventario” o
simplemente la “repudiamos”.
¿Por qué los políticos, tan
críticos ellos con el legatario, no renuncian a ninguna “herencia”, como haría cualquier
ciudadano que se sintiera incómodo con la herencia recibida? Aquí hay gato
encerrado. ¿O no? ¿O es algo tan simple como que lo que les interesa es
instalarse en el poder para obtener un beneficio propio directo a costa a los “desheredados”,
de esos tontos útiles tan necesarios en sus vidas? Pues va a ser de esta
manera. Mi amigo tiene razón. Son diferentes del resto de ciudadanos. Una casta
aparte.
Pues ¡hala! a soportar
una campaña electoral hablando de herencias de los contrarios (nada de
adversarios: contrarios). Y para adornar un poco la cosa y motivar un mínimo a
esos tontos útiles que les van a votar, les contarán los cuentos típicos para
estas ocasiones. Lo buenos que somos nosotros y lo malos que son ellos. Lo bien
que lo hemos hecho cuando hemos gobernado y cómo ellos lo fastidiaron después.
La de cosas maravillosas que vamos a hacer cuando gobernemos, es decir, el
conjunto de mentiras que luego serán incapaces de cumplir y que dirán que no
era eso lo que prometieron. … … Para qué seguir.