miércoles, 16 de diciembre de 2015

EL YO NO EXISTE SIN EL OTRO

El pasado mes de mayo, en una de las charlas de un curso que realicé en la Universidad Carlos III de Madrid sobre “Cultura y Realidad Humana”, Fernando Broncano profesor del curso, dejó caer esta afirmación. El fenómeno, a pesar de ser tan evidente, nos suele pasar desapercibido. En muchas de nuestras actuaciones sociales, nos comportamos como si “el otro” no existiera. Es tal nuestro egocentrismo y el estilo de vida egocéntrico en el que vivimos, que aunque esté permanentemente rodeado de “otros”, éstos me importan bastante poco. El importante soy Yo. Lo fundamental es lo mio. Los Otros, están simplemente ahí.

¿Y si los Otros no estuvieran, qué pasaría?. Ni siquiera lo pensamos. Los Otros nos hacen falta para reafirmarnos, cada vez más, en nuestro Yo. Son los tontos  necesarios. Simplemente esto. Pero, insisto: ¿si no estuvieran?. ¡Coño, ni nos lo  planteamos!. ¡Pues vaya plan!. ¿Ante quién íbamos a presumir de lo buenos, lo guapos y lo listos que somos; de la pasta que tenemos, de la casa donde vivimos,  de, de, de, … … …?.

 Estas reflexiones me hicieron pensar (para eso voy de nuevo a la Universidad), e incluso llegar a descubrir, que el Otro es alguien tan bueno, tan listo y tan guapo como Yo. Que el Otro es idéntico a Mí. Aunque nos diferenciemos por cosas tan triviales como la estatura, el color de nuestra piel, nuestro lugar de nacimiento, nuestro estamento socio-económico, nuestra cultura y no sé cuántas menudencias más. Y me dio por seguir pensando y comprender el grave error en el que me he estado moviendo durante muchos años de mi vida. Ni soy imprescindible, ni nada por el estilo. Es más, sin los Otros, no sería nada. Como nos decía el profesor Broncano: “El Yo no existe sin el Otro”.

            Ese tío que me cae tan gordo por la razón que sea, no es más que mi reflejo especular. Ese soy yo mismo, aunque tengamos múltiples diferencias accidentales. Él y yo debemos convivir juntos y asumir la necesidad que tenemos el uno del otro. Nos irá mejor. Seremos más felices. Nos comprenderemos mejor. Y aunque las leyes de la Física digan que “polos del mismo signo se repelen”, no es aplicable a nuestro caso. Somos iguales, pero no exactos. Y ahí está lo gratificante de esa semejanza: Yo podré aprender cosas del Otro y el Otro podrá aprender cosas de Mi. Y este aprendizaje nos enriquecerá mutuamente y seremos personas más felices.